Podemos ver en el enlace la entrevista que se ha hecho a Alberto Gil por parte de Heraldo de Aragon.
Si alguien no puede acceder aqui copiamos la entrevista.
Alberto Gil (Fuentestrún, Soria, 1966) es un ciego total que, a
falta de vista, ha desarrollado intensamente el resto de los sentidos,
incluido el del humor. Su ceguera no ha sido inconveniente para que su espíritu viajero le llevara a pilotar una avioneta, a conocer once países y a plasmar sus aventuras en un libro, ‘Mis pequeñas odiseas: viajando con otros ojos’
(Ediciones 94). Una autoedición que presentó recientemente en el Centro
Soriano en Zaragoza y con la que, además de ofrecer una lectura amena y
divertida sobre sus peripecias, colabora con la Fundación Ilumináfrica,
a la que dona un 10% de cada volumen vendido. Este 'soriagozano' (su
familia vive en la capital aragonesa y estudió en la Universidad de
Zaragoza), que vio frustrada su esperanza de ser arqueólogo por la
ceguera, guarda un grato recuerdo de su paso por Barbastro y Teruel,
lugares en los que trabajó en la ONCE. Alberto Gil se siente el tuerto
entre otros discapacitados como los paralíticos cerebrales o las
personas con síndrome de Down, por quienes siente verdadera admiración.
¿Qué le responde a quienes le preguntan que a qué va si no ve?
Que voy a estar en los sitios, porque viajar y hacer la vida cotidiana
es mucho más que ver. Es verdad que estamos en una sociedad basada en la
imagen, pero el mundo se compone de mucho más de que imágenes. Voy al
cine y también me hacen la misma pregunta, o cuando viajo: voy a estar
como uno más, a participar en igualdad de condiciones como cualquier
persona. En definitiva, a la integración y a demostrar que si yo estoy,
los demás también pueden estar.
¿De dónde le viene ese espíritu viajero?
Creo que de mi abuelo, que era arriero. En mi casa siempre he visto el
viaje: mi padre iba con un camión, mi abuelo iba con el carro, yo he
viajado desde los 6 años a Barcelona por temas visuales. Y creo que
también me ha influido la literatura de viajes de Julio Verne, de Emilio
Salgari, que me hacían vivir otras aventuras fuera de la meseta
castellana en la que nací.
Fue hacia los 20 años cuando se quedó ciego totalmente…
Tengo una enfermedad degenerativa que se llama retinosis pigmentaria, y
por la noche no he visto nunca bien, pero de día me manejaba más o menos
hasta los 20 años, cuando tuve un bajón que hizo que dejara de poder
leer, perdiera muchas referencias… Y a partir de ahí tuve que
reprogramarme.
Pero se lo tomó con una filosofía fuera de lo común…
Es una actitud positiva que, no sé si es aquello de que mal de muchos
consuelo de tontos, pero cuando perdí la vista a los 20 años, en 3º de
carrera, teniendo que aparcar mi sueño de ser arqueólógo y en plena
juventud, fue un palo tremendo. Mis padres me tenían que leer los
textos, mis compañeros me ayudaban…
Eso era en la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza, donde hacía Geografía e Historia.
Así es. Y ahí tuve un bajón grande, pero fui a la ONCE, en la plaza Ecce
Homo. Yo pensaba que la ONCE, en el año 1987, era solamente para ciegos
totales y para vender cupones. Entonces vi que los ciegos hacían cosas,
y se reían, y pensé: “Si ellos pueden, yo puedo”. Y ahora es mi
filosofía, mi lema de vida: “Si yo puedo, tú puedes”.
Puede, incluso, pilotar una avioneta. ¿Cómo lo hizo?
Todo vino porque tenía el capricho de montar en globo, siempre me había
atraído después de leer ‘Dos semanas en globo’ de Julio Verne. Otros
cuatro ciegos y yo buscamos una empresa y montamos en la barquilla con
cinco personas más y el piloto. La experiencia fue decepcionante en el
sentido de que no se notaba nada. Claro que los que veían alucinaban de
ver el acueducto de Segovia desde el aire...
¿Y qué esperaba?
(Risas) No sé, me esperaba otra cosa. Y me hicieron una entrevista en
Radio Nacional y conté que me había decepcionado porque parecía que
estaba parado y solo notaba el ruido de los propulsores cuando subía el
globo y el aterrizaje. El piloto del globo me oyó y se picó.
Y le dijo que ahora se iba a enterar…
Me llamó y me ofreció pilotar una avioneta. Yo acepté encantado, lo
consideré un lujo. Era como un coche de autoescuela: él llevaba los
mandos y yo llevaba los mandos también. El aterrizaje y el despegue lo
hizo él y el resto me dejó a mí. Así que una vez arriba, me dijo: “Te
toca”. El volante es como unos cuernos que si los llevas hacia ti la
avioneta sube y si lo llevas hacia fuera baja. Entonces yo apreté fuerte
para subir y ¡pegó un bandazo! Me hizo alguna perrería, me puso de
lado… Fuimos de Ocaña a Aranjuez y vuelta.
Usted que ha visitado un montón de ciudades, ¿qué echa de menos cuando visita esos lugares?
Más accesibilidad. Vas a las ciudades y no hay apenas maquetas de
monumentos, y si las hay a veces están en vitrinas, así que no las
podemos tocar y es bastante frustrante. Para paliar esa carencia te
inventas el truco de ir a las tiendas de recuerdos, y como suele haber
réplicas en pequeñito, más o menos te haces una idea del monumento.
También me gustaría como utopía que hubiera más museos de los sentidos,
porque los olores propios del lugar, la música, de algo más que no sea
visual.
En cuanto a la sensibilidad ciudadana con los ciegos, ¿hay alguna ciudad donde la haya apreciado especialmente?
En Ávila están muy sensibilizados, de hecho tiene premios como la ciudad
más accesible de Europa. En España en general hay bastante sensibilidad
porque la ONCE ha trabajado mucho en ese tema. En el extranjero en
cambio no. Y es curioso, porque son países avanzados como Suecia,
Portugal o el Reino Unido. En Lisboa, por ejemplo, que fuimos tres
ciegos totales solos, en un palacio en Sintra no nos dejaron entrar
porque no se fiaban de que nos pudiésemos caer. En Estocolmo me
sorprendió mucho que, siendo la capital de un país sueco, no hubiese
maquetas ni nada de sensibilidad. Allí entraban gratis los acompañantes a
los museos, así que en vez de fomentar la integración están fomentando
la protección. Y yo siempre he luchado por la normalización, por ser uno
más y me pueda desenvolver de forma autónoma.
En su blog dice que prefiere que le llamen ciego a invidente.
Sí, es por los eufemismos. A veces por querer usar un lenguaje
políticamente correcto parece como que da miedo utilizar la palabra
ciego, y tampoco tiene una connotación negativa: es la realidad. Si los
videntes son los que ven con la mente, los invidentes seríamos lo
contrario, y yo no me considero como tal. La gente está acostumbrada a
hablarnos con circunloquios, se arman líos con el lenguaje. Les sale
decir: “Ya lo verás”, y te das cuenta de que están dándole vueltas para
no hacernos sentir mal. Pues di “ya lo verás” , que el lenguaje no lo
cambiamos, que somos personas normales.
Al hilo de un pequeño viaje que hizo con una persona que estaba
en horas bajas, en el libro recomienda incluso como terapia contra la
depresión compartir una jornada con un discapacitado.
Sí, bueno, puede haber gente que se agobie más todavía… Pero creo que
pueden pensar: “Si ellos pueden, ¿por qué no yo? Yo voy con una
asociación de discapacitados que están peor que yo, son paralíticos
cerebrales, con síndrome de Down… y alucinas la cantidad de cosas que
hacen. En el mundo de los ciegos, el tuerto es el rey, pero yo en este
caso me siento el tuerto, un privilegiado en cierta medida. Es bueno
porque ves naturalidad, sentido común, buen humor… Todos tenemos
nuestros momentos, tampoco quiero dar una imagen falsa de lo que es una
ceguera, realmente sí es duro. Pero no vas a estar diciendo a la gente:
“Pobrecito, qué desgraciado soy, que no puedo ir a ningún sitio”. Ni
somos superhéroes ni somos pobrecitos, cada uno somos diferente.
¿Cuántos países conoce?
He visitado once. Como vamos poco tiempo cuando viajo al extranjero, he
aprendido a dejar de lado los circuitos y estamos solo en una ciudad
tres o cuatro días.
¿En qué lugar es donde más ha disfrutado?
En Estambul. Es muy sensorial, los olores, los sonidos, otra cultura, la
gastronomía, la música. En plan de disfrute y placentero, Estambul. De
emociones, Auswitch me impresionó mucho. Aunque no ves el campo de
concentración, se siente, se huele… Es algo increíble, porque
piensas cómo es posible que después de 70 años siga habiendo algo ahí
que te impresione tanto. Hay mucho dolor.
¿Qué viaje le queda pendiente?
En España, Cádiz, que espero que este año lo haga, Málaga, Menorca y un
montón de pueblos. En el extranjero, ciudades sensoriales como Calcuta y
Nueva Delhi, también de cataratas como Iguazú, Italia tampoco lo
conozco.
¿Recuerda alguna anécdota de sus viajes especialmente?
En Jarandilla de la Vega me asusté, porque decidí ir a un pueblo y me
costó hora y media llegar. A la vuelta me indicaron en dirección
contraria y llevaba dos horas y media andando y no llegaba… Además se me
agotó la batería del móvil y no podía guiarme con el GPS, no había
nadie a quien preguntar… Llegó un momento que pisé con el bastón lo que
era una acera, así que había dejado atrás el arcén de la carretera
comarcal, y pensé: “Por lo menos he llegado a la civilización, no sé
adónde pero he llegado”.
¿Y en ocasiones así no decide no volver a viajar más?
No, soy aventurero, aunque siempre intento ser prudente. Te pierdes en
los sitios porque no los conoces y te supone mucho esfuerzo mental tener
que memorizar referencias. Pero a base de preguntar, de educación, de
tener un carácter abierto y las ideas claras a la hora de viajar llegas a
los sitios. Pero tengo que elegir sitios que tengan transporte público
desde Madrid, que sean manejables, sencillos, que puedas hacer alguna
visita guiada…. Necesita una preparación previa extra a la que cualquier
viajero. Si quieres viajar, porque es distinto a hacer turismo.
¿Cuál es su trabajo en la ONCE en Madrid?
Como técnico de biblioteca, me dedico a la promoción de la lectura entre
las personas ciegas y cara a la sociedad. Entre las personas ciegas,
haciendo una revista con información bibliográfica mensual, con
novedades de libros adaptados en braille y audio, y siendo secretario de
una comisión seleccionadora de libros que se vayan a adaptar. También
coordino un club de lectura para personas ciegas en braille. Y a nivel
interno me dedico a dar charlas en colegios y en todos los sitios que
puedo.